Mac - 2 - Los funerales y otras cosas de poca importancia
Los microbios mueren y son enterrados sin grandes ceremonias. Sin embargo, no se crea que el Patriarca desapareció bajo la tierra sin que su pueblo le acompañara hasta su tumba de piedra, que se hallaba al otro lado del lago.
Tenían los microbios unos cornetines largos y unos tambores redondos. Cuando los tocaban, manifestaban su pena o su alegría con mucha ciencia. Nadie oía esta música sino ellos. ¿Y para qué más auditorio?
Pues bien: el día del entierro del Patriarca, adelante marcharon los cornetines y los tambores, detrás venía una enorme carroza arrastrada por microbios inferiores a los de la tribu, y por ellos considerados como caballos. Después seguía el pueblo, rodeando a Mac, que debía pronunciar el discurso fúnebre.
Caminó el cortejo largamente. Unos mosquitos, a orillas del lago, se detuvieron a mirarlo. Y el sol alumbraba la escena con sus rayos más poderosos. ¡Qué calor hacía!
Cuando el pueblo se encontró ante la tumba de piedra del Patriarca, las miradas se volvieron hacia Mac, que al poco rato, y con su voz vibrante, dijo un discurso tan conmovedor, que no hubo nadie que no llorara.
Pero vino después el regreso. El Patriarca quedó enterrado y había que pensar ahora en el nuevo jefe, Mac. El pueblo se reunió a gritarle que hablara. Y Mac, asomándose al balcón de su morada verde, dijo sin parar las siguientes cosas, dignas de él:
- ¡Se acabó la quietud! Ahora viviremos peligrosamente, y nuestros nietos tendrán que agradecernos que hagamos algo interesante para que ellos tengan motivos de conversación. La Historia es nuestra preocupación actual. Y la Historia nos contempla, llena de esperanzas. ¿Qué puede querer decir esto? Algo muy simple: combatiremos al Hombre en adelante. Dejaremos de ser microbios desconocidos. La fama caerá sobre nuestros cuerpos como cae el rocío sobre las plantas, como cae la luz sobre la tierra, como cae mi voz llena de entusiasmo sobre los generosos corazones de ustedes.
Aquí los aplausos fueron interminables. Mac sonrió satisfecho y prosiguió con energía:
- ¡Muerte al Hombre! ¡Muerte al Hombre! Pero ahora descansemos hasta mañana, día en que daré a conocer mi programa de guerra.
Se marcharon los microbios, estremecidos de una secreta fuerza, deseosa de entrar en acción.
- Empieza una nueva vida para nosotros - comentaban, gesticulando como sólo saben los microbios hacerlo.
Pero los viejos ponían mala cara al advertir tanto entusiasmo. Para ellos, la vida quieta era ideal, y no había de ser cambiada a la ambición de un jefe poco sabio.
- Ahora que Mac está encerrado con sus consejeros y no puede oírnos - dijo un microbio viejo, en un grupo importante-, yo opino que debemos abrirles los ojos a los jóvenes. Se han dejado tentar fácilmente por la elocuente palabra del caudillo. Es imprescindible devolverles la cordura.
- ¿Y quién es capaz de hablarles como es debido? - preguntó otro de los ancianos, poco dispuesto a asumir semejante papel.
-¡Yo! -exclamó un microbio que ya se estaba poniendo gris, pero que aún conservaba intacta su vitalidad.
-Pues, entonces, háblales -le ordenaron los demás, llenos de impaciencia.
El microbio gris se acercó al grupo de jóvenes y les gritó:
-¡Una palabra, señores! ¡Una sola palabra, antes que cada cual se vaya a su habitación!
Los jóvenes se detuvieron y guardaron. Entonces el microbio gris se trepó en una piedra y decidió ser astuto y audaz. Si combatía inmediatamente las idea de Mac, nadie le escucharía; en cambio, si parecía apoyarlas, para combatirlas después, sus posibilidades de buen éxito eran muchísimo mayores.
- Amigos -exclamó con su voz más potente-: ha llegado el momento de reconocer una gran verdad. Y voy a decirla: una gran desgracia (o sea, la desaparición del Patriarca, nuestro recordado jefe, lleno de sapiencia) nos abre el camino de una gran felicidad. Hasta ahora hemos vividos entregados al ocio, y si no podemos quejarnos de nuestra vida, que ha sido siempre amable, nos encontramos ahora en el umbral de una era distinta, seguramente gloriosa.
Los muchachos aplaudieron con energía.
Las palabras del microbio gris era, precisamente, las que deseaban escuchar. Pero el orador hizo un gesto, pidiendo silencio, y en cuanto lo tuvo, agregó:
-Yo soy uno de los más ardiente partidarios de Mac, magnífico jefe, en el cual reconozco las más grandes virtudes de conductor de nuestros destinos. Mac reúne en sí la fuerza y la sabiduría. Estas dos virtudes no pueden separarse, si queremos triunfar. Con sólo la fuerza vamos hacia peligros inmensos, que después no sabremos combatir, con sólo la sabiduría no vamos a ninguna parte.
"Pero para una aventura como la que vamos a intentar dentro de poco, apenas Mac nos dé a conocer su programa, debemos saber, ante todo, cuál debe primar: la fuerza, con su empuje, o la sabiduría, con su astucia y su ciencia. Una de las dos debe dirigir a la otra; esto es absolutamente necesario. A mí me parece, admirando como admiro a Mac, que él sabrá decidir cuál de estas dos virtudes debe ser la primera, la esencial. Y estoy seguro de que decidirá que el papel de jefe le corresponde a la sabiduría. Es ella la que organiza, la que descubre, la que encuentra los métodos de acción: y la fuerza es la que ejecuta, la que da el triunfo, la que escribe la Historia, trazada ya, de antemano, por la sabiduría.
-¡Bravo! -gritaron los viejos.
Y como los jóvenes estaban entusiasmados, no tuvieron ningún inconveniente en gritar también, con todas sus energía acumuladas:
-¡Bravo!¡Bravo!
El microbio gris siguió hablando entonces.
-¿Qué llamo yo -dijo- "sabiduría", en el caso actual? Algo muy sencillo: "sabiduría" es el hacer muchas cosas, el mayor número posible de cosas grandes y memorables, con el menor número de riesgos. Somos un pueblo abundante, y cada día lo seremos más. Necesitamos probar nuestras fuerzas. Pero no las probemos lanzándonos todos nosotros en una aventura que puede sernos fatal. Mac ha dicho que debemos atacar al Hombre, y vencerlo. ¡Muy bien! Pero ¿no sería conveniente que eligiéramos a un grupo de los nuestros, a los más decididos, para que intentaran la aventura? Nosotros aguardaríamos los resultados, listos para lanzarnos al ataque apenas juzguemos que nuestras posibilidades de victoria son claras y seguras. Si el Hombre vence al primer grupo de avanzada, enviaremos otro grupo mejor preparado. De este modo, por etapas, lograremos el triunfo final. En cambio, si ahora nos lanzamos todos de cabeza en este peligro, ¿no es perfectamente posible pensar que todos podemos perecer? En tal caso, no tendremos gloria. La muerte de nuestras ambiciones será simplemente, la muerte de nuestro pueblo.
-¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Insuperable! -gritaron los viejos, agitando la cola.
-¡Bien!¡Muy bien! -gritaron los jóvenes, ya no tan entusiasmados, pues lo que ellos deseaban era una acción inmediata.
El microbio gris se dio cuenta de que debía seguir hablando todavía, para convencerlos más profundamente, y añadió:
-Lo que pido es muy simple: escuchemos mañana a Mac. Esto es lo primero. Escuchémosle y aplaudámosle como se merece. Pero si él quiere lanzarnos a todos nosotros al ataque de los hombres, atrevámonos a sugerirle que, antes de hacerlo, prepare una brigada de asalto y la dirija contra el enemigo. Si los resultados de la lucha son halagadores, todos nos lanzaremos después a la conquista de nuestra gloria imprecedera.
Esta vez fueron los jóvenes los que gritaron primero sus vítores; estaba seducidos por aquello de brigada de asalto, y cada cual soñaba pertenecer a ella.
El microbio gris, satisfecho por su discurso, se bajó de la piedra y se dirigió al grupo de los viejos. Entretanto, los jóvenes se alejaban, comentando en voz alta:
-¡Muy bien hablado! Me parece muy cuerdo todo lo que ha dicho -declaraban unos.
-La idea de la brigada de asalto es espléndida -decían otros-. Pertenecer a ella será un honor muy codiciado.
-Ya verá el Hombre cómo lo hacemos desaparecer de la Tierra! -exclamaban los demás.
El microbio gris, mientras tanto, recibía las felicitaciones de los viejos:
-Has hablado como solía hacerlo el Patriarca en sus mejores día -le aseguraban-. Los jóvenes están plenamente convencidos ahora de que no es posible que todos compartamos una suerte incierta, como Mac lo quiere.
Y, al poco rato, no quedó nadie por el camino. Cada microbio se metió con su familiar en el hogar. Y el lago siguió dormitando delante del sauce que agitaba levemente sus ramas.
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