Mac - 1 - Una Asamblea Extraordinaria


Si alguien hubiera pasado por ahí aquel día, por cierto que habría dicho: "Qué lugar tan hermoso y apacible!".

Y, en realidad, así era. Nada le faltaba a aquel sitio para tener la romántica belleza de las tarjetas postales que se venden a montones en las ciudades y en los pueblos. Porque, vamos viendo con calma: al lado izquierdo del paisaje había un lago; junto a él, un sauce llorón inclinaba sus ramas con el evidente deseo de mirarse en las aguas quietas; y los pájaros, muy a menudo, iban y venían de aquí para allá, en ese paisaje encantador. Al lado derecho había unos árboles, y detrás aparecían unos montes.

Cierta mañana pasó por ahí un hombre melenudo, con un sombrero de anchas alas. Apenas vio aquello, sacó un papel y un lápiz y comenzó a escribir:

        ¡Oh lago junto al sauce melancólico!

        ¡Oh sauce junto al lago transparente!

        Paisaje simbólico

        eres la vida quieta de mi mente.

No se movió ni una sola rama cuando el hombre melenudo escribió aquello. No cabía duda: el paisaje deseaba ser la representación exacta de la quietud.

Pues bien: si continuamos creyendo que este paisaje es quieto, manso, apacible y seductor, nos equivocamos de la manera más lamentable.

Y como aseguramos algo que exige una inmediata explicación, vamos a darla enseguida. No queremos que se nos tenga por exagerados y gruñones.

El paisaje no es apacible, a pesar de su aspecto. Y no lo es porque viven en él unos seres peligrosos, que ahora acaban de decidir reunirse en una asamblea extraordinaria.

Dirán ustedes: "¿Y dónde están esos peligrosos seres que no se ven por ninguna parte?".

¡Ah! Esto es, justamente, lo que más debe inquietarnos. Los seres peligrosos se encuentran a dos o tres pasos del sauce, a orilla del lago, y aunque parece que están escondidos, la realidad es muy distinta: no necesitan esconderse porque {como son muy muy pequeños} nadie los ve.

¿Y entonces? Cómo es posible que sean peligrosos si tienen un tamaño inverosímilmente pequeño?

Vamos a decirlo con un sola palabra: son microbios. ¡Microbios junto al lago! ¡Negros microbios de larga cola! ¡Terribles microbios que van a reunirse en asamblea!

Ya está: ahora todo el mundo nos cree. No necesitamos explicar nada más. La sola palabra microbio ha dicho más que siete gruesos libros.

¿Cuántos son? Sabemos su número exacto: once millones quinientos veinte mil setecientos cincuenta y cuatro.

Entre ellos hay dos que sobresalen: uno, el viejo, llamado el Patriarca; otro, el joven, llamado Mac.

Desde hace mucho tiempo viven allí. Antes eran menos, considerablemente menos; pero al paso que van las cosas, serán dentro de poco más de veinticinco millones. Los microbios se parecen a los conejos y a los chinos: nacen y nacen cada día, y sólo mueren cuando están muy viejos.

El Patriarca, precisamente, está muy viejo y teme morir. Por eso ha pedido que su tribu innumerable se reúna en asamblea general extraordinaria. Y como todos respetan al Patriarca, la asamblea se va a realizar ahora mismo.

Miremos un poco. No tengamos miedo y sepamos de una vez por todas cómo es una reunión de microbios. Sin mentir en lo más mínimo, declaramos que se trata de un espectáculo curioso. Se han juntado en torno de una hierba menuda, que para ellos es tan grande como para nosotros el Árbol del Bien y del Mal, que no conocimos nunca y estaba en el Paraíso, abanicando las nubes con sus hojas de mil colores.

En primer término, se encuentran los más fuertes y los más sabios, detrás, los más débiles e ignorantes. Al centro, al pie de la hierba, en un trono vemos al Patriarca, y en otro a Mac. El Patriarca es el representante de la sabiduría de su pueblo; Mac lo es de la fuerza. Reunidos ambos, constituyen el gobierno.

 

Se produce un silencio profundo. El lago duerme. El sauce parece haberles dicho a todas sus hojas: "No se muevan".

De pronto se levanta la cabeza del Patriarca, y como todos están mirándolo, saben que es la señal del comienzo de su discurso.

El silencio es más hondo todavía. Y dice el Patriarca, con su voz serena:

- Pueblo mío, aquí estamos todos. Reconozco las caras de los que están más cerca, y reconocería todas las caras si las fuera mirando una a una, a cortísima distancia. Mis ojos ya no son los de antes: veo mal, y esto indica mi vejez. Por eso he deseado que nos congreguemos. Quiero darles mis últimos consejos. Dentro de poco ya no estaré con ustedes. Pero una ambición muy natural me induce a desear que, cuando me haya ido, todos puedan decir en voz alta: "El Patriarca no nos engañó nunca, y debemos recodarlo siempre". Ahora mi voz se eleva para revelarles la experiencia acumulada en mi larga vida. Escuchen con atención, porque no podré repetir nada.

Al decir esto, dos microbios asistentes se acercaron al Patriarca y le enjugaron el rostro, pues el sudor corría por  él, debido al esfuerzo. Todos los asambleístas aprovecharon esta oportunidad para moverse en sus asientos y para toser un poco, exactamente como hacen los hombres en los conciertos, apenas el director de orquesta baja la batuta y espera los aplausos. Pero el Patriarca se repuso pronto. Estaba avergonzado de su debilidad, y se prometía seguir su discurso sin desfallecimiento, hasta el final.

- Pueblo mío - volvió a decir -: somos los microbios desconocidos. El Hombre, nuestro eterno enemigo, no nos ha descubierto todavía. Por eso tenemos que proceder siempre con mucho cuidado. El día en que el Hombre nos descubra, luchará con nosotros. Y yo sé por experiencia que el Hombre posee armas muy violentas, superiores a las nuestras, si no en número, al menos en eficacia. En un principio somos capaces de derribar al Hombre. Y entonces nos regocijamos. Pero el Hombre, se levanta, se encierra en unos arsenales diabólicos, que él llama Laboratorios, y termina por inventar la manera de derribarnos a nosotros. De aquí, pues, que me atreva a aconsejarles lo siguiente: sigamos siendo los microbios desconocidos.

- ¿Cómo lo conseguiremos? - gritaron varias voces.

- No acercándonos al Hombre. Cuando sintamos ganas de matar, busquemos hábilmente a nuestro enemigo. Hay en el mundo numerosas bestias que no saben defenderse. Esto es lo que yo, el Patriarca, les pido: no nos dejemos descubrir.

Hubo entre los microbios un rumor de descontento. Lo hacían los partidarios de Mac, el joven. Entonces el Patriarca, comprendiéndolo, dijo:

- Yo he hablado con absoluta sinceridad. Voy a morir y quiero aconsejarles bien. Reconozco que mi sabio consejo no agrada a la juventud, siempre amiga de peleas. Cedo, pues, la palabra a Mac. Yo lo escucharé atentamente y en seguida le diré qué es lo que me parece mal en su discurso.

Tosió el Patriarca y volviéndose a Mac le dijo cortésmente:

- Tienes la palabra.

Mac advirtió que todo su pueblo le miraba. No podía defraudarlo. A la muerte del Patriarca, sería Mac el jefe absoluto. Era el momento, pues de presentar su programa de acción. Y lo hizo de esta manera, con su voz vibrante.

- Compañeros, en la paz y en la guerra, amigos de cada día: hemos oído al Patriarca, y respetamos su parecer. Pero el Patriarca ha querido que yo hable, y al hacerlo, me veo en la obligación de atacarle, de contradecirle, de exigir una conducta muy distinta a la que él propone.

Hubo bullicio entre los microbios. Los viejos fruncían la cara y la cola; los jóvenes aplaudían a su manera. Mac aguardó a que volviera el silencio y añadió:

- No debemos seguir siendo los microbios desconocidos. Muy poca honra significa para nosotros estarnos quietos delante de este lago, a los pies de este sauce, sin que seamos capaces de enriquecer nuestra historia. Si el Hombre es fuerte, seamos más fuertes que él. Ataquemos al Hombre. Derribémosle. Vayamos valerosamente, con un empuje incontenible, a la conquista de la Tierra. ¿Cuál es nuestro poder? Voy a gritarlo aquí, para que nadie lo ignore en adelante: nuestra fuerza consiste en ser los microbios de la fiebre reidora (fiebre que hace reir). Hagamos reír al Hombre y que muera riendo febrilmente, porque nosotros lo queremos. ¡Nada más! Este es nuestro destino. Volverle las espaldas es ser cobardes. Y no creo que nadie desee, entre nosotros, vivir amarrado a la cobardía como este sauce infeliz vive llorando a la orilla del lago somnoliento.

Estas palabras de Mac produjeron una explosión de entusiasmo. Los jóvenes se levantaban para pasear {en andas} a Mac triunfalmente, y ya no había manera de pedir silencio y calma.

-¡Ay de mi pueblo! - se oyó exclamar al Patriarca, que cerraba los ojos y hacía tiritar su cola de un modo lastimero.

Entonces los viejos tomaron al Patriarca, lo metieron en su coche de ceniza y se lo llevaron.

- Más tarde comprenderán todos que la razón está contigo - le decían para consolarlo.

Pero el Patriarca iba sumido en un hondo dolor. Y esa misma noche, cuando un búho cantó tres veces en el sauce, murió sin decirle nada a nadie, como mueren tantos Patriarcas en el vasto mundo.

{La ceniza está hecha de partículas muy negras. Los primeros autos Ford eran negros, negros como la ceniza. Es una referencia a los primeros autos Ford}


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